La doradilla (Ceterach officinarum) es un pequeño helecho de no más de 15 cm, característico de las grietas de las rocas calcáreas y de los espacios entre piedras de los muros, aunque éstos no sean especialmente sombríos ni húmedos. Se reconoce perfectamente por sus frondes profundamente lobulados en forma sinusoidal, delimitando entre 10 y 15 pares de lóbulos redondeados en disposición vagamente alterna a ambdos lados del raquis. La cara superior de los frondes muestra un color verde algo azulado o amarillento, nunca el verde intenso de sus parientes, el culantrillo menor (Asplenium trichomanes) o la lengua de ciervo (Phyllitis scolopendrium). En cambio, la cara inferior es dorada, lo que da origen al nombre popular de doradilla, por un recubrimiento de escamas que reflejan la luz, protegen del calor y esconden los soros lineares.
En tiempo seco, la doradilla se enrolla mostrando su revés de escamas (ver fotos 3ª y 4ª). Toma entonces un aspecto reseco y quebradizo; aparentemente está muerta. Puede transcurrir una temporada larga en este estado latente. Pero con la feliz llegada de la lluvia, la doradilla absorberá agua y recuperará la turgencia; las frondes aparentemente muertas se desenrollarán, recuperarán el color verde en el haz y revivirán. La doradilla es el típico ejemplo de planta poiquilohidra, incapaz de controlar el nivel de hidratación de sus tejidos. El estado de la doradilla es un excelente indicador de la situación hídrica del ecosistema.
[fotos Jordi Badia (1ª y 2ª) y Florenci Vallès (3ª y 4ª)]