La enea o espadaña de hoja ancha (Typha latifolia) es una gran hierba que enraiza bajo el agua, un macrófito que encontraremos habitualmente en el margen más interior de la orilla de los cursos de agua lentos, de las pozas de arroyos y de las charcas. Posee rizomas subterráneos que le pemiten extenderse y constituir poblaciones monoespecíficas o, a veces mixtas junto a su congénere, la enea de hoja estrecha (T.angustifolia). La enea de hoja ancha saca unas hojas basales en forma de cinta larga, de hasta 2 metros de altura y de 1 a 2 cm de ancho, de color verde azulado. Los tallos están coronados por la inflorescencia que consta de dos partes, la inferior como un puro habano grueso que contiene las flores femeninas y, en posición contigua o con muy escasa separación, la parte superior más estrecha y clara donde se encuentran las flores masculinas. A diferencia de la enea de hoja ancha, la de hoja estrecha no suele ser tan robusta, efectivamente sus hojas de color verde claro no superan 1 cm de ancho y, finalmente, las dos partes de la inflorescencia, la masculina arriba y la femenina abajo, están separadas por un tramo de tallo libre. La base blanca del tallo de la enea es comestible, similar a la de un junco común (Scirpus holoschoenus) pero con mucha más sustancia.
De la enea se han utilizado tradicionalmente las hojas en cestería y las inflorescencias como ornamento.
La enea de hoja ancha es una especie muy adecuada para los humedales artificiales con función de depuración de agua, ya que vive bien en aguas eutróficas. En cambio y a diferencia del carrizo (Phragmites australis), la enea de hoja ancha tolera mal la salinidad, lamentablemente el tipo de contaminación más extendido en las aguas de la comarca de Bages, causado por la minería de potasa.
[fotos Jordi Badia (1ª, 2ª, 3ª y 4ª) y Marta Queralt López Salvans (5ª)]