¿Quién no se ha clavado nunca un aguijón de la zarzamora (Rubus ulmifolius)? La zarzamora es tan conocida por la profusión de aguijones en sus tallos y pecíolos de las hojas que aseguran el arañazo, como por las moras negras y maduras que endulzan las caminatas a finales de verano.
Los tallos, llamados turiones cuando no han superado el año, rápidamente crecen largos y estirados, se arquean y pueden llegar a clavarse en el suelo por la punta, enraizar y emerger de nuevo; muestran un color teñido de granate y se protegen de los herbívoros mediante sus numerosos aguijones curvos hacia atrás, distribuidos irregularmente y muy vulnerantes. Las hojas son palmatipartidas, compuestas por cinco folíolos elípticos, de punta aguda y margen dentado; el terminal mayor y con peciólulo más largo, mientras que los dos basales son menores y se dirigen atrás, tal como muestra la imagen 3ª.
La imagen 4ª muestra el manojo de raíces desarrollado en el tramo de un tallo de zarza que ha llegado a sumergirse en el agua de un estanque. El nuevo enraizamiento de los turiones de zarza cuando tras curvarse tocan el suelo húmedo explica la capacidad de ocupación y la persistencia de las zarzas, a pesar de los esfuerzos para mantenerlas a raya y dejar el paso libre en tantos senderos.
[fotos Jordi Badia (1ª y 2ª), Florenci Vallès (3ª) y Montserrat Porta y Jordi Badia (4ª)]