Los incendios forestales

Cuatro imágenes impactantes del incendio de julio de 1998. Las fotos de las dos columnas de humo fueron tomadas desde Clariana de Cardener y las de las llamas cerca de Salo (Sant Mateu de Bages).

En extensas áreas del Bages el proceso de sucesión se ha visto afectado por incendios forestales. Tras el fuego, la sucesión nunca recomienza de cero. Lo más frecuente es que, inmediatamente tras el fuego, se produzca una autosucesión, es decir, que se recupere aquello que ya existía, aunque en pequeño. Esto es así porqué la mayoría de plantas de nuestros montes mantienen viva su parte subterránea y rebrotan (encinas, robles, madroños, coscojas, bojes, etc.), mientras que otras mueren pero se regeneran a partir de semillas resistentes al fuego (pino carrasco, romero, aulaga morisca, jaras, etc.) y, a menudo, su germinación se ve favorecida por las altas temperaturas. Algunas plantas, como por ejemplo el tomillo, presentan los dos mecanismos de regeneración mencionados a la vez. Aunque también hay especies que después del incendio prácticamente desaparecen de los lugares que ocupaban: no rebrotan, ni dejan tampoco semillas viables. Sólo pueden establecerse de nuevo a partir de semillas que provengan de individuos supervivientes más o menos lejanos. Éste es el caso de dos árboles importantes en los bosques de nuestra comarca: el pino negral y el pino albar. También suelen desaparecer tras el fuego el pino piñonero y la sabina.

Las especies que germinan con profusión tras el fuego basan su estrategia en la posesión de semillas que se mantienen protegidas en el suelo y viables durante años (caso del romero, la aulaga morisca y las jaras), o en la posesión de órganos que actúan como estuches protectores de semillas que la planta mantiene viables en cualquier época del año (las piñas maduras, pero cerradas, típicas del pino carrasco). La ventaja del pino carrasco sobre el resto de pinos en el proceso de recolonización de los territorios incendiados radica precisamente en el hecho que, si bien sus piñones una vez liberados duran poco tiempo, igual como los del resto de especies de pino, éste siempre dispone de piñones viables, encerrados y protegidos dentro de las piñas maduras que se abren con el calor; mientras que los pinos negral y albar en verano, cuando suelen producirse los incendios, no tienen piñas maduras ni piñones maduros diseminados en el suelo. El pino piñonero, a pesar de producir piñas que como en todas nuestras especies de pino maduran en otoño, puede tener piñones aún viables en verano, aunque siempre en número muchísimo menor que el pino carrasco. Cuando el fuego abrasa los pinos carrascos se produce una apertura masiva de piñas y una auténtica lluvia de piñones que iniciarán la germinación con las lluvias del otoño. Tan eficiente es el mecanismo de dispersión de semillas del pino carrasco que, al cabo de cuatro años del incendio de 1994, cerca de Súria hemos contabilizado densidades de decenas de plantones por metro cuadrado.

Claro ejemplo de autosucesión: los pequeños pinos carrascos que se ven en primer término nacieron de los piñones de los pinos carrascos quemados del fondo, tras las lluvias de otoño posteriores al incendio de julio de 1994.

En consecuencia, tras el fuego el pino carrasco sustituye rápidamente el pino negral en las zonas quemadas dónde estas dos especies convivían (aunque el pino carrasco fuera poco abundante). Si el área quemada había sido un bosque mixto de robles y pinos negrales o un pinar de pino negral con sotobosque de robles jóvenes, el pinar se ve sustituido por el robledal. En los casos en que se partía de pinares sin pinos carrascos en los que, aparte del pino negral, no había otro árbol abundante, la reinstauración de la vegetación arbórea se puede retardar mucho por la falta de semillas, si no hay intervención humana. La autosucesión del estrato arbóreo, en estos casos, no se da; como tampoco se da cuando se quema un pinar de pino carrasco constituido por árboles jóvenes (menores de 15 años, aproximadamente) que aún no han tenido tiempo suficiente para acumular semillas en sus piñas cerradas. El pino carrasco desaparece también al perder la carrera competitiva por la luz cuando, antes del incendio, un estrato denso de robles y/o encinas crecía debajo suyo y, pasado el fuego, rebrota con vigor.

Nuestros bosques están perfectamente adaptados a mantenerse indefinidamente a pesar de los incendios naturales (de periodicidad desconocida) y de los artificiales de baja periodicidad (el uso del fuego por parte de los humanos en el Mediterráneo se remonta, probablemente, a 200.000 años atrás o más), pero incendios reiterados de periodicidad inferior a los 10 años conllevan irremisiblemente a la desaparición de los pinos, a retoños cada vez más escuálidos de las especies con capacidad de rebrote y a importantes pérdidas de tierra que, en áreas de fuerte pendiente, pueden conducir a la desertización (sucesión de degradación). Incendios de una periodicidad cercana a los 30 años retardan el proceso de sucesión y crean claros que favorecen el mantenimiento de los pinares de pino carrasco que, a esta edad, en el momento del incendio están cargados siempre de piñones.

[Florenci Vallès con la colaboración de Jordi Badia]