La vida en las rocas

La sierra de L’Obac y Montserrat, son las dos grandes áreas rocosas del Bages. Ambos macizos están constituidos por gruesos estratos de conglomerado, una roca formada básicamente por guijarros incluidos en una matriz de arena, limo y arcilla. Estos materiales se sedimentaron durante el período eoceno y principios del oligoceno, y están cementados con carbonato de calcio.

En contraposición al norte y el oeste de la comarca de Bages, dónde las zonas rocosas son escasas, en el sur y el sudeste las rocas -especialmente los conglomerados, pero también las areniscas, las calizas y las margas– afloran en extensas áreas. Estas rocas dejan una impronta profunda en el relieve y en el paisaje. Los ríos Cardener y Llobregat, más los tramos finales de sus afluentes, han abierto riscos profundos, entre los cuales destacan el de Roca Tinyosa (Manresa) y el del meandro del Castillo (Castellbell i el Vilar) cortados por el río Llobregat, el de Castellgalí abierto por el Cardener, los del arroyo de Mura, y el risco de Els Esparvers en el arroyo de Rajadell. Los gruesos estratos de conglomerado, oponiéndose firmemente al desgaste por los agentes erosivos durante millones de años, han originado los relieves esbeltos del macizo de Montserrat y de la extensa área de Sant Llorenç del Munt y de la serra de l’Obac. Imponentes paredes hendidas por canales intrépidas, gradas y cumbres de roca en las que la tierra se cuenta sólo por migajas, pedregales inestables y monolitos de roca desnuda condicionan ciertamente la vida, pero a la vez esculpen un paisaje grandioso. Ambas áreas están protegidas por sendos Parques Naturales.

La mayor dificultad a la vida vegetal impuesta por la roca es la falta de tierra dónde arraigar. Hay que añadir además la sequía y la gran oscilación térmica diaria del ambiente rocoso, especialmente en las cumbres y en las paredes soleadas. Vista de cerca, incluso la pared más lisa de roca ofrece algunas grietas, ni que sean minúsculas, y pequeños rellanos o concavidades para retener unos gramos de suelo en los que se aferrarán musgos, helechos y plantas con flores. Algunos líquenes viven adheridos directamente sobre la superficie de la roca, a modo de vanguardia del asalto de la vida. Las plantas especialistas en crecer en las rocas, las denominadas plantas rupícolas, utilizan tres tipo de estrategias para colonizar este ambiente inhóspito.

1. Unas penetran con sus raíces en las grietas, ya sean grandes o pequeñas, para anclarse en la roca. En las grietas de la roca encontramos plantas de todo tipo: helechos como el pequeño culantrillo menor o tricomanes (Asplenium trichomanes) o el polipodio (Polypodium vulgare ssp. serrulatum), plantas delicadas como la polígala de roca (Polygala rupestris) o la linaria origanifolia (Linaria origanifolia ssp. cadevallii), o vistosas como Bupleurum angulosum, arbustos prostrados como la globularia menor (Globularia cordifolia ssp. repens) o altos como la sabina (Juniperus phoenicea) y la madreselva de roca (Lonicera pyrenaica) e incluso árboles como el pino carrasco (Pinus halepensis). En las grietas sombrías de los conglomerados de Montserrat y del parque natural de Sant Llorenç del Munt i L’Obac crecen dos rarezas florísticas muy notables: la corona de reina (Saxifraga callosa ssp. catalaunica), la subespecie exclusiva de estas dos sierras, y la oreja de oso (Ramonda myconi). Otras plantas que también arraigan en las fisuras son el té de roca (Jasonia glutinosa), la cincoenrama (Potentilla caulescens) y la campánula grande (Campanula speciosa).

2. Otro grupo de plantas aprovecha los pequeños rellanos en los se aguantan unos centímetros de tierra. Se trata de plantas pequeñas que, para adaptarse a la sequía, a menudo son suculentas como las uñas de gato (Sedum sediforme, S.album), o poseen bulbos como los narcisos (Narcissus), el tulipán silvestre (Tulipa sylvestris ssp. australis) o el jacinto bastardo (Dipcadi serotinum). En los rellanos y cumbres de conglomerado de la sierra de L’Obac crece un prado enjuto, de un atractivo especial cuando Narcissus assoanus, el más pequeño de los narcisos catalanes, o el narciso de flor blanca (Narcissus dubius) florecen con los primeros calores de la primavera. Les acompañan a menudo los alfileres de roca (Erodium foetidum), similares a un geranio diminuto.

Los alfileres de roca (Erodium foetidum) son una delicada planta rupícola de las cumbres y crestas de roca. El aislamiento ha permitido la diferenciación de varias subespecies de alfileres de roca, distribuidas en montañas diferentes. E. foetidum ssp. rupestre, con los cinco pétalos de la flor de idéntico color rosado y las hojas blanquecinas en el anverso por un recubrimiento de pelos (foto 1ª), crece en las cumbres de la mitad oriental de Montserrat y en algunas sierras de roca caliza y de conglomerado de los Prepirineos, como el área del Clot de Vilamala y la Mola de Lord (Solsonès) donde la población es abundante y en la sierra de Picancel (Berguedà). En cambio, en el macizo vecino de Sant Llorenç del Munt i L’Obac vive E. foetidum ssp. glandulosum, con los dos pétalos superiores manchados de morado y las hojas verdes por ambas caras (foto 2ª), una subespecie de distribución básicamente pirenaica que se reencuentra en el Alt Berguedà.

3. Finalmente existen plantas que desarrollan un gran sistema radical para conseguir mantenerse en pie sobre pedregales inestables. Son las propias plantas las que, a la larga, fijan las piedras. Las encontramos en la base de riscos y terraplenes de piedras angulosas originados por la explotación de canteras o por la abertura de caminos. La vistosa floración del milamores (Centranthus ruber) o de la boca de dragón (Antirrhinum majus) no pasará desapercibida en los pedregales.

Las zonas rocosas, desde el punto de vista ecológico, pueden considerarse como islas de condiciones ambientales especiales rodeadas por un mar verde. Este aislamiento ha favorecido la formación de especies y subespecies con áreas de distribución restringidas.

Los incendios de los veranos de 1986 y de 1994 en Montserrat han afectado negativamente la flora rupícola. La regeneración de las plantas de roca es especialmente lenta, ya que ante todo deben llegar a rincones poco accesibles de la roca en los que enraizar.

Plantas frecuentes en los matorrales se encuentran también en los roquedos. El hecho no es casual, puesto que es precisamente el ambiente rocoso el hábitat original de las plantas que ahora consideramos de matorral, y desde dónde se han extendido posteriormente hacia las áreas en las que el hombre ha hecho retroceder al bosque.

Los muros de piedra, en especial si son viejos y orientados al norte, pueden ser un vistoso jardín. Las plantas aprovechan el espacio entre piedra y piedra para arraigar. Musgos en almohadilla, pequeños helechos como la doradilla (Ceterach officinarum) o el culantrillo menor (Asplenium trichomanes), la palomilla de muro (Linaria cymbalaria), la parietaria (Parietaria officinalis) pariente de las ortigas y causante de algunas alergias y diferentes uñas de gato (Sedum sediforme, Sedum acre y Sedum album) se cuentan entre los pobladores vegetales más habituales de los muros. No faltará tampoco la grácil lagartija ibérica (Podarcis hispanica), que en caso de peligro se esconderá rápidamente en el primer agujero.

Los riscos ofrecen el lugar tranquilo y seguro, inaccesible para los depredadores, que algunas aves necesitan por anidar. El búho real (Bubo bubo), la mayor de las rapaces nocturnas, utiliza un agujero o un rellano en pleno risco para, discretamente, reposar de día y traer los polluelos al mundo. El avión roquero (Ptyonoprogne (= Hirundo) rupestris) es el pariente sedentario de las golondrinas que anida en colonias en riscos y cortados cercanos a los ríos. También forman colonias de cría la paloma bravía (Columba livia), indistinguible de la doméstica a la que dió origen, y la paloma silvestre (Columba oenas). La tranquilidad en los riscos ocupados por aves nidificantes es una cuestión primordial para su conservación. La frecuentación de las paredes de Montserrat por escaladores dificulta que se instalen en ellas las grandes rapaces.

En el macizo de Montserrat, a partir de la reintroducción iniciada en el el año 1995, se ha consolidado una población de cabra montés (Capra pyrenaica hispanica). Actualmente, en Montserrat puede contemplarse la estampa altiva de la cabra de cuernos desmesurados en un pedestal de roca o, a final de otoño, escucharse el ruido de los cabezazos entre dos machos cabríos en disputa resonar por las paredes del macizo.

[Jordi Badia con la colaboración de Marcel·lí Puigdellívol, Ramon Solà, Florenci Vallès y Marc Vilarmau]